"Lo que me
preocupa es la comprensión, fingida o real, que consiguen en los medios, en los
escaños y en la calle quienes piensan que salvar España consiste en aniquilar a
los españoles y arrasar el país", reflexiona José Ovejero.
José Ovejero
07 diciembre 2020
Es lógico, ¿no?, que un grupo de exmilitares en el que abundan golpistas, como Pardo Zancada, y adoradores de Franco, como Juan Chicharro, considere que el país se dirige a su destrucción. Es comprensible, ¿no?, que cuando la derecha pierde el poder, y tiene que soportar que la izquierda haga cosas de izquierdas, les suba la tensión y se les hinche la próstata a quienes han querido imponer al resto de los ciudadanos su peculiar visión del mundo, sin hacerle ascos a la violencia.
Es verdad que sorprende un poco que defiendan la Constitución quienes hasta hace poco la aborrecían, y que quieran salvar la democracia a cañonazos quienes veían con buenos ojos destruirla a tiros. Pero, en el fondo, una vez que tuvieron que resignarse al fin de la dictadura, no han dejado de defender lo mismo: una democracia que solo es tal si gobierna la derecha; el resto es declive, desastre, perdición y las hordas comunistas escalando las murallas de la patria con el cuchillo entre los dientes. Añorantes de la guerra civil, hacen lo mismo que entonces: agitar la amenaza de un golpe de izquierdas (Iglesias, que quiere destruir la democracia) para justificar sus anhelos golpistas.
Lo que me cuesta entender, a pesar de leer el periódico diariamente y de haber estudiado un poco la historia de España, es que la derecha esté dispuesta a enlodarse en el discurso neofranquista a cambio de erosionar al rival político. Que Ayuso pueda ser tan miserable como para no condenar a esa banda de promotores de una masacre, con miras a asentarse en su papel de feroz líder de la oposición y futura candidata a la presidencia del Gobierno.
Que, en el Parlamento, Olona pueda decir que esos que quieren matar a veintiséis millones de españoles son “nuestra gente”. Que el rey no se haya apresurado a decir que una de las desagradables consecuencias del juego democrático es que a veces los rivales ganan y que quien quiera impedirlo por la fuerza tendrá que ir a la cárcel. Pero es más fácil que te procesen por un tuit en el que alguien se ríe de la muerte de un gerifalte fascista de hace cincuenta años que por promover la ejecución mañana de la mitad de los ciudadanos, incluidos sus gobernantes.
Viendo este penoso panorama de supuestos demócratas -no me refiero a Olona- haciendo contorsiones para capitalizar las amenazas de un grupo de jubilados castrenses, me acordaba de la película La caída de los dioses, de Visconti,
y de cómo los
industriales alemanes de los años treinta pensaban que podrían
utilizar a los nazis para imponer sus intereses y luego deshacerse de esa gente
tan vulgar. Pero ya sabemos cómo acabó la historia. Sabemos tantas cosas.
También que esos periodistas que jalean la violencia, que dibujan dianas sobre
los políticos que les incomodan -a ellos o a sus amos que los azuzan
desde sus consejos de administración-, puede que solo estén haciendo un
ejercicio de retórica, pero nunca falta un exaltado que se tome al pie de la
letra las arengas y decida pasar a la acción. Hay antecedentes cercanos.
No me preocupan esos militarotes blandiendo el bastón, porque ya no pueden blandir un arma. Lo que me preocupa es la comprensión, fingida o real, que consiguen en los medios, en los escaños y en la calle quienes piensan que salvar España consiste en aniquilar a los españoles y arrasar el país. Si Casado ha sabido rectificar a tiempo y condenar las proclamas golpistas, parece que una parte importante de su partido no lo respalda o lo hace a regañadientes. Como si no les importasen las señales de que no solo entre militares retirados, también en sectores activos, y algunos de ellos armados, se está asentando la idea de que el Gobierno es ilegítimo y sería justo expulsarlo por la fuerza.
Pero, en realidad, tampoco sé de qué me sorprendo, si precisamente uno de los ejes de la oposición que lleva meses haciendo la derecha es ese: que el gobierno socialcomunista no tiene derecho a gobernar, y que sus planes son la destrucción de España, o, por usar las palabras de Casado, “la traición a España”. Y ya se sabe lo que se hace con los traidores.
José OvejeroEscritor. Coordina la sección de Cultura de 'La Marea'. Algunas de sus obras son 'La ética de la crueldad' (Premios Anagrama, Bento Spinoza y Estado Crítico), 'La invención del amor' (Premio Alfaguara), 'La comedia salvaje' (Premio Gómez de la Serna), 'La seducción' y 'Mundo extraño'. Su última obra publicada es 'Insurrección'.
FUENTE :La Marea
José Ovejero
07 diciembre 2020
Es lógico, ¿no?, que un grupo de exmilitares en el que abundan golpistas, como Pardo Zancada, y adoradores de Franco, como Juan Chicharro, considere que el país se dirige a su destrucción. Es comprensible, ¿no?, que cuando la derecha pierde el poder, y tiene que soportar que la izquierda haga cosas de izquierdas, les suba la tensión y se les hinche la próstata a quienes han querido imponer al resto de los ciudadanos su peculiar visión del mundo, sin hacerle ascos a la violencia.
Es verdad que sorprende un poco que defiendan la Constitución quienes hasta hace poco la aborrecían, y que quieran salvar la democracia a cañonazos quienes veían con buenos ojos destruirla a tiros. Pero, en el fondo, una vez que tuvieron que resignarse al fin de la dictadura, no han dejado de defender lo mismo: una democracia que solo es tal si gobierna la derecha; el resto es declive, desastre, perdición y las hordas comunistas escalando las murallas de la patria con el cuchillo entre los dientes. Añorantes de la guerra civil, hacen lo mismo que entonces: agitar la amenaza de un golpe de izquierdas (Iglesias, que quiere destruir la democracia) para justificar sus anhelos golpistas.
Lo que me cuesta entender, a pesar de leer el periódico diariamente y de haber estudiado un poco la historia de España, es que la derecha esté dispuesta a enlodarse en el discurso neofranquista a cambio de erosionar al rival político. Que Ayuso pueda ser tan miserable como para no condenar a esa banda de promotores de una masacre, con miras a asentarse en su papel de feroz líder de la oposición y futura candidata a la presidencia del Gobierno.
Que, en el Parlamento, Olona pueda decir que esos que quieren matar a veintiséis millones de españoles son “nuestra gente”. Que el rey no se haya apresurado a decir que una de las desagradables consecuencias del juego democrático es que a veces los rivales ganan y que quien quiera impedirlo por la fuerza tendrá que ir a la cárcel. Pero es más fácil que te procesen por un tuit en el que alguien se ríe de la muerte de un gerifalte fascista de hace cincuenta años que por promover la ejecución mañana de la mitad de los ciudadanos, incluidos sus gobernantes.
Viendo este penoso panorama de supuestos demócratas -no me refiero a Olona- haciendo contorsiones para capitalizar las amenazas de un grupo de jubilados castrenses, me acordaba de la película La caída de los dioses, de Visconti,
No me preocupan esos militarotes blandiendo el bastón, porque ya no pueden blandir un arma. Lo que me preocupa es la comprensión, fingida o real, que consiguen en los medios, en los escaños y en la calle quienes piensan que salvar España consiste en aniquilar a los españoles y arrasar el país. Si Casado ha sabido rectificar a tiempo y condenar las proclamas golpistas, parece que una parte importante de su partido no lo respalda o lo hace a regañadientes. Como si no les importasen las señales de que no solo entre militares retirados, también en sectores activos, y algunos de ellos armados, se está asentando la idea de que el Gobierno es ilegítimo y sería justo expulsarlo por la fuerza.
Pero, en realidad, tampoco sé de qué me sorprendo, si precisamente uno de los ejes de la oposición que lleva meses haciendo la derecha es ese: que el gobierno socialcomunista no tiene derecho a gobernar, y que sus planes son la destrucción de España, o, por usar las palabras de Casado, “la traición a España”. Y ya se sabe lo que se hace con los traidores.
José OvejeroEscritor. Coordina la sección de Cultura de 'La Marea'. Algunas de sus obras son 'La ética de la crueldad' (Premios Anagrama, Bento Spinoza y Estado Crítico), 'La invención del amor' (Premio Alfaguara), 'La comedia salvaje' (Premio Gómez de la Serna), 'La seducción' y 'Mundo extraño'. Su última obra publicada es 'Insurrección'.
FUENTE :La Marea
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