jueves, 18 de marzo de 2021

Donde se refocila el minotauro


                                                 Alfons Cervera

Escritor y periodista


    ¿Por dónde empezar? Miras afuera, por la ventana o por donde sea, y si no apartas enseguida la nariz se te mete el virus como un suspiro. No es el Covid, para nada es el Covid. Es otro. Intentas cerrar la ventana, como hacía la gente en Los pájaros, la película de Alfred Hitchcock que nos sigue llenando, después de tantos años, de una inquietud insoportable. Así y todo, hay que revisar los posibles agujeros de la casa. Quien la tenga. El techo antiguo. La puerta que da a la terraza, donde la lavadora y la caldera. El hueco insignificante entre el suelo y la puerta de entrada. La rendija del calefactor que una vez sirvió de refugio a un ratolín que acabó huyendo para no arder en llama viva cuando llega el invierno.

    Afuera todo se ha convertido en una pesadilla. Lo que pasa no es lo que pasa sino lo que nos dicen que pasa. Así desde hace mucho tiempo. Todo es como si anduviera vestido de uniforme. “A la voz de firmes se produce devastación”, escribe Wislawa Szymborska. Pues es lo que hay, lo que habita en un sitio sometido, lo que esconde esa bárbara vocación de inventar lo que nos pasa y convertirlo en un cuento chino. No se les pone cara de fake news, ni se les arruga un centímetro de piel cuando esconden en sus pliegues la risa terrorista del cinismo, ni notan ninguna sequedad en la lengua con la que golosamente paladean la mentira.

    Lees lo que escriben. Escuchas lo que dicen. Ves los ojos que se miran entre ellos, como en una nada disimulada complicidad aterradora. Asistes a su bacanal de complicidades a destajo. Dan miedo. Se juntan para firmar acuerdos que serán como aquellos juicios sumarios de la victoria fascista en que se condenaba con absoluta indefensión por unos delitos que nunca fueron cometidos. Les darán la vuelta a las palabras para que, cuando nos lleguen, no percibamos que las han pervertido como abruptos depredadores de la inocencia. Chuparán el gaznate de la verdad y lo que quede será un revoltijo de trapos, como si la verdad fuera una prenda de ropa metida violentamente a dar vueltas en la centrifugadora.

    Tienen nombre y apellidos. Inda, Bustos, Claver, Marhuenda, Quintana, Herrera, Ramírez, Losantos y sus etcéteras, amarrados a la violencia de la tergiversación con el empuje de quien les paga y bien sus alborozos paranoides. Sus cabeceras también los tienen, nombres y apellidos digo. No se esconden para lanzar la bomba. Salen en las tertulias de la televisión y de la radio. Disponen de amplias columnas en los diarios y revistas en papel, en los diarios y revistas digitales, hasta se nota su influencia en los boletines oficiales de algunos enclaves autonómicos. Nunca perdieron el poder.

    “Hoy, un ejército de historiadores no cualificados trabaja para borrar la historia antifascista y legalizar otras versiones. Vivimos en el vertedero de la basura histórica”: no habla de nuestro país, sino del suyo, la escritora yugoslava Dubravka Ugresic. Pero podría servir lo que dice para el nuestro. Y aparte de esos falsos historiadores, podemos añadir, entre otros que no salen pero están, los de esos periodistas que aparecen al comienzo de este párrafo. El vertedero del periodismo decente. No sé si el periodismo indecente es periodismo. Pero ahí está, cobrada a tanto la pieza cazada en sus redes de un despotismo nada ilustrado -aunque tanto da, si es despotismo- porque la ilustración es abrirnos a la luz y no a la oscuridad de piedra donde se refocila el minotauro.

    Hay otro periodismo. Bueno, si es que finalmente el otro también lo es, por más que sea turbio. Un pacto democrático por la lectura crítica, por un acercamiento de conciencias, igualmente críticas, a un lado y otro de lo escrito, de lo dicho, de lo que se ve a ratos confuso porque no siempre se consigue la claridad del foco. La lealtad a lo que nunca debería olvidar la democracia: si hay algún consenso que valga la pena es el que se asienta en la divergencia. El respeto a lo otro, a lo diferente. También diferente el pacto que antes les decía.

    El lector y la lectora que descubren un espacio donde el cinismo no cotiza, ni la doblez, ni el pago bajo mano: el medio es de quien lo apoya para que no entren a saco los del dinero bruto, los que están acostumbrados a que las voces sean suyas, los que entre la verdad y la mentira construyen un andamiaje periodístico en que la una y la otra son lo mismo. No resulta fácil construir otro andamiaje: el de la independencia. No depender más que de lo común, de algo que se parezca mucho a lo público porque es de interés público y común lo que se cuenta, la mano que teclea, los ojos que miran, la voz que no tiembla porque la razón está de su parte.

    Aunque a ratos haya gente que la ahogaría con la mordaza de una ley que no hay manera de que desaparezca de nuestras pesadillas. Desnudar de una puñetera vez la monarquía y dejar al aire su desfachatez insultantemente heredada, desatascar los desagües de las cloacas policiales y las de esa justicia que cada vez se parece más a un fortín de las derechas que confunden aposta la justicia con la desvergüenza. Poner cifras a las cuentas trucadas de esa política que no es servicio público sino un cruelísimo festín de intereses particulares. Entrar a saco en una Constitución que es la del miedo acumulado durante cuarenta años de franquismo, andar sin remilgos y a cara descubierta con quienes son expulsados de sus casas porque las mafias disfrutan impunemente de una ley que las protege. Exigir en cada línea que escribamos la urgencia a vida o muerte de que el trabajo sea un derecho no atufado por la precariedad. Sacar de las cuentas de la vieja esa cuadratura del círculo que son las vergonzantes y anacrónicas inmatriculaciones de la iglesia. Escarbar sin descanso en el cenagal donde políticas gubernamentales de paripé están hundiendo a quienes llegan a nuestras costas pensando que aquí habrá algo distinto y mejor que en sus países de origen (qué vergüenza lo de Canarias, ¿no?). Seguir haciendo senda por el derecho que tienen las mujeres a tener un mundo que a ellas y sólo a ellas pertenece. Condenar a esos que desde las derechas (me da igual que se llamen derechas a secas que con otros apellidos) señalan a las mujeres como culpables de que las asesinen. Ser decentes, joder, sólo eso: ser decentes en la vida y, como es el caso ahora, en esta sección de Espacio Público, también cuando hacemos periodismo.

    El periodismo decente, digo. Lo otro será, en todo caso y como dice Wislawa Szymborska, todo el mundo firmes y abocarnos a la devastación. Pues eso.

    FUENTE ESPACIO PÚBLICO

    WEB DE ESPACIO PÚBLICO

    ·        

     

     


No hay comentarios:

Publicar un comentario