Aporofobia, el
miedo a las personas pobres | Adela Cortina | TEDxUPValència
Ante todo, muchas gracias por la invitación a estar aquí esta
tarde, en estas charlas en las que no había participado nunca. Me han
dicho que lo que había que hacer aquí era vender una idea. (Risas) Y
como hay que vender una idea, es lo que voy a intentar hacer. No sé
si voy a tener mucho éxito pero al final, me pueden comentar si he tenido
éxito o no. La idea, en realidad, es una palabra. Y la palabra es un
poco malsonante pero es la palabra "aporofobia". No voy a decir:
"Repitan todos Uds. 'aporofobia'".
Pero cada uno lo puede ir rumeando en su interior. La
palabra que quiero venderles es "aporofobia". Esa palabra es una
palabra nueva. Y además, me voy a permitir decir, que es una palabra
revolucionaria.
Y, por eso, me interesa traerla aquí a colación. ¿Por
qué es nueva? Es tan nueva que hasta el 20 de diciembre de 2017 no pasó a
formar parte del Diccionario de la Lengua. Esta calentita,
creciente. (Risas) ¿Por qué es revolucionaria?
Porque nueve días después, el 29 de diciembre, la
fundación Fundéu BBVA del Español Urgente la declaró Palabra del Año
2017, frente a otras competidoras como
"Bitcoin" (Risas) sorry (Aplausos) "Uberización",
"noticias falsas". ¿Por qué decidieron premiar
"aporofobia"? Porque entendieron que era capaz de transformar la
realidad social.
Y eso es lo que me interesa declarar esta tarde. Creo
que tiene una capacidad transformadora de la realidad social. Voy a
preguntarme, en principio, qué es la aporofobia y
me lo voy a preguntar con todos los demás.
Y, preguntarme para qué necesitamos más palabras con tantas
que ya tenemos. Y después, por qué tiene capacidad de transformar la
realidad social.
Para empezar ordenadamente, por el principio me gustaría
remitirme al comienzo de una excelente novela de Gabriel García
Márquez que espero hayan leído los presentes, y si no, ya la están
leyendo, (Risas) que lleva por título "Cien años de
soledad".
El extraordinario comienzo, dice así: "Muchos años
más tarde, el cnel. Aureliano Buendía, ante el pelotón de
fusilamiento, recordaría aquella tarde remota en que su padre lo llevó a
conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de
cañabrava y barro situadas al borde de un río de aguas diáfanas que
se precipitaban sobre un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como
huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que algunas cosas
carecían de nombre y, para mencionarlas, había que señalarlas con el
dedo".
La historia de la humanidad, es en muy buena medida, el
intento de poner nombres a las cosas para hacerlas parte nuestra, para
traerlas a nuestro mundo, que es el del diálogo, la reflexión la
conversación, la razón pública. Porque mientras no tenemos un nombre para
ellas, por mucho que existan, nos parecen que no son parte
nuestra. Sobre todo porque las piedras y las casas podemos señalarlas con
el dedo.
Pero hay una gran cantidad de realidades humanas y
sociales que no podemos señalar con el dedo porque no tienen cuerpo
físico.
No podemos señalar con el dedo la justicia, la belleza, la democracia, la compasión, la magnanimidad. Como tampoco podemos señalar con
el dedo esas otras palabras o realidades que son mucho más negras y
nefastas que son el mundo de los
odios y las fobias.
No podemos señalar con el dedo el antisemitismo, la xenofobia, la cristianofobia, la islamofobia.
Todas las fobias que vayan pensando, incluida también, la misoginia. Son realidades a las
que tenemos que ponerles una palabra porque no podemos señalarlas con el
dedo. Y cuando les ponemos una palabra, las reconocemos, las
identificamos. Y sobre todo, intentamos tomar posición frente a
ellas. Pensamos si queremos cultivarlas o, por el contrario,
desactivarlas.
Por poner un ejemplo, el Instituto de Meteorología, el 1
de diciembre, tuvo una feliz idea y es la de poner nombres de personas a
las borrascas más peligrosas y letales. A las que tienen peores
consecuencias Y, ¿por qué pensaron en semejante idea? Porque
curiosamente, la gente, cuando una borrasca tiene un nombre propio la
reconoce, la identifica y sobre todo, se previene frente a ella. Y así
nacieron: Ana, David, Bruno, Carmen y, desgraciadamente, tantas más que
van a nacer. Las gentes se previenen cuando tiene nombre frente a una
borrasca atmosférica. Pero la pregunta es: ¿no hay borrascas sociales que
son más peligrosas que las borrascas atmosféricas? ¿No puede ocurrir
que haya una borrasca tan peligrosa como el rechazo a los pobres? ¿el
rechazo a los desvalidos? ¿el rechazo a los mal situados? Yo creía que
necesitábamos una palabra para indicar ese rechazo a los pobres, para
reconocerla. Y por eso, tomé mi diccionario griego y busqué la palabra
"pobre". El final ya lo tenía porque siempre es
"fobia". (Risas) Y busqué la palabra
"pobre". Y construí la palabra "aporofobia" que
vendría de "aporos" que es el pobre, el sin recursos. Como
decimos, de una situación aporética, de alguien que no tiene salida. Y la
palabra "fobeo" que quiere decir temer o incluso, llegar a odiar. Y
construí esa palabra. La ofrecí a la Real Academia, con escaso éxito
porque fue hace 22 años. (Risas) Pero yo les invitó a que insistan
persistentemente cuando tengan una idea porque al final, triunfan. Y
efectivamente, 22 años después, la palabra está en el Diccionario de la
Real Academia. ¿Por qué me parecía importante poner esa
palabra? Porque creo que existe rechazo al pobre. Y que mientras no
tenía una palabra, estaba funcionando como ocurre con las
ideologías. Que tienen una enorme influencia, pero no nos damos cuenta
de que están ahí. Y entonces, sigue manteniéndose esa situación de
asimetría entre los que están practicando la aporofobia y los
desvalidos, que están situados en la parte inferior. Había que poner
un nombre para desactivar esa ideología por lo menos, teniendo ya un
nombre. Yo quería preguntar a los presentes, pero a ellos no les toca
hablar ahora, sino que me toca a mí, ya hablaremos en los
pasillos. Quería preguntar si creen que existe el rechazo al
pobre, si creen que existe la aporofobia. La idea se me ocurrió por
la experiencia, evidentemente, y para ello, voy a poner un
ejemplo. En el año 2017, vinieron a España 81 millones de
turistas. Los medios de comunicación dieron la noticia con auténtico
entusiasmo porque el turismo es el principal ingreso de nuestro
país. Naturalmente, eran extranjeros, pero no producían
xenofobia, sino que se les acogió, se les trató con esmero e incluso,
como saben los presentes se ha creado un grado académico de Ciencias de la
Hospitalidad, que preparan a la gente para asistir y ayudar a los
extranjeros que vienen con dinero. Efectivamente, se les acoge con
hospitalidad, se les cuida, porque vienen con recursos. El mismo año,
venían también extranjeros del otro lado del Estrecho. Venían en pateras.
Muchos de ellos murieron en el Mediterráneo. Otros, llegaron a las costas
y se encontraron con una valla. Otros fueron ingresados en
CIES. Otros por fin se pudieron integrar a un país de la Unión
Europea. Pero entonces, empezaron a despertar toda suerte de rechazos y
repelos. Nada de hospitalidad. Todo lo contrario, hostilidad. De tal
manera, que crecieron desmesuradamente los grupos y los partidos luego
preguntaré: ¿xenófobos o aporófobos? Fueron creciendo esos partidos en
países tan civilizados como Francia, Hungría, Alemania,
Holanda. Pero no solamente fue en Europa el problema, también en Estados
Unidos. Todos los presentes recuerdan perfectamente como Trump ha
intentado expulsar a una gran cantidad de latinoamericanos e insiste
en levantar un muro frente a los mexicanos. Unos y otros son extranjeros. Y
la pregunta es: ¿se les rechaza porque son extranjeros? ¿o se les
rechaza porque son pobres? Y rechazamos al pobre aunque sea de la propia
familia. Esto era lo que a mí me andaba preocupando y rumiando y que
teníamos la necesidad de ponerle un nombre de alguna manera. Por eso, me
alegré de que existiera un nombre ya, aporofobia, para señalar a esa
borrasca que creo hay que identificar pero todavía nos queda mucho
trabajo. Hay un nombre. Habría que preguntar: ¿cuáles son las
causas de la aporofobia? Y sobre todo, ¿qué queremos hacer con
ella? Si queremos cultivarla, promocionarla. O si queremos, por el
contrario, desactivarla y erradicarla. ¿Cuáles son las causas de la
aporofobia? Pienso que en este momento no podemos hablar excesivamente de
ello, pero se me ocurre que hay un conjunto de neurocientíficos que
insisten en indicar que la xenofobia tiene unas bases cerebrales. Que
nuestro cerebro es aporófobo. Perdón, que nuestro cerebro es
xenófobo. Suena mal, es una mala noticia que nuestro cerebro sea xenófobo. Pero,
la razón que dan para afirmarlo, autores como Eagleman o
Evers, es que nuestro cerebro tiene un autointerés básico en la
supervivencia nos interesa la supervivencia y por tanto, intentamos
rodearnos de gentes que nos son agradables, de gentes que son similares a
nosotros, con quien estamos a gusto. Por eso nos gustan más quienes tienen
nuestra misma lengua y fisionomía. No los que son diferentes. El
diferente, en principio, está creando un cierto rechazo. Además, tenemos
un mecanismo de disociación que nos permite poner entre paréntesis todo
aquello que nos molesta y perturba. Dejamos de lado a los que nos molestan
y nos perturban. Y por lo tanto, unidos estos dos elementos, aunque
tenemos otras características y tendencias, como la empatía y la simpatía
selectiva, resulta que nuestro cerebro acaba siendo xenófobo y
dejando de lado a los diferentes. Todavía quiero dar un paso más para
hablar de la base de la aporofobia. Porque aunque seamos xenófobos en
cuanto a nuestro cerebro, resulta que los seres humanos también somos
capaces de cuidar. También somos capaces de preocuparnos de otros. La
idea de que somos egoístas absolutamente radicales, que somos incapaces de
preocuparnos de los demás, es falsa. Y como saben los presentes, se
publicó ese famoso libro del gen egoísta, y otros, rápidamente, publicaron
el gen altruista. No solamente somos egoístas sino que también somos
altruistas. Y una de las razones que llevó a Darwin a publicar
tardíamente "El origen del hombre" fue precisamente, el
descubrimiento del altruismo biológico que le resultaba muy difícil de
situar dentro de su teoría. Cómo explicar el altruismo desde
seres que tendrían que estar compitiendo en la lucha por la vida. Y
la explicación, muchas se han dado, pero creo que la más interesante para
lo que aquí nos ocupa es la de que los seres humanos somos egoístas pero
también altruistas en el sentido de que estamos dispuestos a ayudar a
otros, incluso más allá de la barrera del parentesco, incluso más
allá del gen egoísta. Estamos dispuestos a ayudar, pero, con tal de
recibir. Estamos dispuestos a dar y estamos dispuestos a recibir. Y
entonces, vienen todas esas afirmaciones que hemos dicho constantemente,
como: "El que toma a dar se obliga", "Amigos hasta en el
infierno", "Hoy por ti, mañana por mí". Todos
entendemos que hay que dar y hay que recibir y que es mucho más
inteligente jugar a juegos de suma positiva, que jugar a juegos de suma
cero. Y es mucho más inteligente cooperar que entrar en conflicto
flagrante con otros. Es mucho mejor educar para la cooperación que educar
para el conflicto, esto es claro. Y, por lo tanto, nuestras
sociedades son fundamentalmente, cooperativas. Vivimos desde la base del
homo reciprocans. Somos seres reciprocadores. En este sentido, me
parece muy interesante la anécdota que cuentan dos matemáticos
evolutivos, Nowak y Sigmund. Cuentan que había un profesor de Oxford que
asistía siempre a los entierros de sus colegas. Se preguntaba la
gente por qué y la respuesta es porque esperaba que fueran también al suyo
cuando muriera. (Risas) Pero, evidentemente, no los
mismos. (Risas) Con esto tan simple, han descubierto, el
mecanismo de la reciprocidad indirecta. Estamos dispuestos a dar con tal
de recibir. A lo mejor no de los mismos a los que hemos dado, pero sí de otros. Y
este es el núcleo de nuestras sociedades porque nuestras sociedades
son contractuales en la economía, la política y en todo lo
demás. Estamos dispuestos a cumplir con nuestros deberes siempre que
el Estado proteja nuestros derechos. Estamos dispuestos a participar en la
compraventa de la economía, con tal de que otros después nos
devuelvan. Estamos dispuestos a dar con tal de recibir. Y
evidentemente, es mucho más inteligente construir sociedades
contractuales que sociedades conflictivas. Es desastroso el
conflicto, los Estados fallidos. Es falsa la idea de que los que prosperan
en la lucha por la vida son los que tratan de desplazar a todos los demás
del mercado, los que tratan de desplazar a los demás en la clase y no
dejan los apuntes. Esos no hacen más que generar enemistades y
adversarios. Lo inteligente y prudente es tratar de generar
amigos. Pero cuando estamos diciendo esto, todavía nos estamos moviendo
solamente, en el ámbito del "yo te doy, tú me das". En el ámbito
del contrato, de tener algo a cambio. Creo que es una buena noticia que
seamos capaces de cooperar y que seamos capaces de contratar. Mucho
mejor que pensar que somos egoístas racionales y que la racionalidad
humana es maximizadora del beneficio. Creo que es una buena
noticia. Pero todavía ocurre que, si estamos en sociedades
contractuales, hay un pequeño inconveniente. ¿Qué pasa con todos
aquellos que parece que no pueden dar nada a cambio? Porque, si la clave
de nuestras sociedades es el intercambio, aquellos que parece que no tienen
nada que dar a cambio quedan necesariamente, excluidos. Y esos son
los pobres. Esos son los áporos. Esos son los que parece que no
tienen ni dados ni cubilete para jugar en este juego nuestro del
intercambio, del "´tú me das y yo te doy" porque no pueden
devolver nada que parezca interesante para jugar en nuestro mundo. Y
si las cosas son así, generamos necesariamente excluidos. Y no cabe la
pregunta de: ¿cómo es posible que haya excluidos? Porque precisamente, los
que no parece que tienen nada interesante que dar a cambio quedan fuera
del juego del intercambio. Sí que tienen algo que dar y que
intercambiar aquellos que compran equipos de fútbol, aunque sean
orientales. No nos molestan los futbolistas que son de otras etnias y otras
razas y que, sin embargo, son importantes para ganar competidores. No
nos molestan las estrellas y las cantantes de otras razas y etnias. No nos
molesta ninguno de ellos; ni mucho menos los inversores que vienen a
comprarnos pisos o un palacete y lo mantienen cuando no puede hacerlo el
Estado. Unos y otros nos interesan aunque sean de otra etnia porque
pueden dar algo a cambio. Nuestra capacidad contractual sería la
raíz, y los que no parecen tener algo interesante que dar a
cambio serían los que quedan fuera, es decir, los excluidos. Creo que
desde el 20 de diciembre de 2017 tenemos una palabra para señalar ese
rechazo al pobre, ese dejar fuera a los pobres. Y, ¿quiénes son los
pobres? Los enfermos mentales, los disminuidos físicos, los inmigrantes,
los refugiados, y sobre todo, a mi juicio, los que en cada ámbito de la
vida social no tienen los recursos suficientes para jugar el
juego que se está jugando en ese ámbito. Que pueden ser los votos en
la política, puede ser el dinero en la economía, pero puede ser en
las universidades, las plazas que intercambiamos, pueden ser los
privilegios, pueden ser los reconocimientos mutuos que nos vamos
haciendo unos a otros. Esos favores que vamos jugando en cada
ugar. Porque no solamente la pobreza es
económica, sino que, el muchacho que está siendo acosado en su
escuela porque es el más vulnerable, la persona que en la universidad
queda en el último puesto porque no tiene favores que
intercambiar. En cada ámbito de la vida social hay alguien que
parece que no tiene nada interesante que dar y por lo tanto, queda
excluido y es un relegado. Yo creo que la palabra
"aporofobia" es muy importante para que agudicemos nuestra
sensibilidad viendo en cada lugar quién es el que está siendo, en ese
momento, preterido y relegado. Pero una vez que se tiene la palabra y las
causas viene la última parte: qué hacer. ¿Qué hacer frente a la
aporofobia? Porque podemos seguir cultivándola con nuestro sistema
económico, nuestros sistemas políticos. O podemos intentar desactivarla
porque nos damos cuenta de que es una auténtica bomba de relojería. Y
que es mucho peor que cualquiera de las borrascas atmosféricas que
conocemos porque es una peligrosa borrasca social. ¿Qué hacer frente
a la aporofobia? En primer lugar, dar una buena noticia. He dado muchas
muy malas. Una buena noticia y que los presentes conocen, es
que el cerebro humano es enormemente plástico. El cerebro humano va
reformándose y transformándose según la influencia social incluso antes
del nacimiento. Con lo cual, podemos ir transformando nuestro cerebro y
no nos vemos condenados ni a la xenofobia ni a la aporofobia. Pero
entonces, la pregunta es: ¿hacia dónde queremos caminar? Y creo que la
respuesta la tenemos dada por las declaraciones que hemos hecho a lo largo
de nuestra existencia común. La Declaración de Derechos Humanos de 1948
dice: que todos los seres humanos tienen dignidad. Esta es una
afirmación que había hecho ya Kant hace por lo menos dos siglos. La
afirmación de la dignidad de todos los seres humanos. Y la aporofobia es
un auténtico atentado contra la dignidad humana. Porque despreciar y
relegar a grupos de personas porque no tienen los medios suficientes en
cada uno de los campos es un auténtico atentado contra la dignidad
humana. Pero también es un atentado contra la democracia porque no
puede haber democracia con aporofobia. La gran clave de la democracia es
la igualdad. Y no puede haber sociedades radicalmente desiguales, en
los que unos están bien situados, y los demás son relegados por ellos. Por
derecho de dignidad y por la razón de la democracia, la aporofobia tiene
que ser desactivada y es inadmisible. Y la pregunta, como siempre, es ¿y
cómo? y la respuesta, en una universidad, siempre debe ser a través de la
educación. Tiene que ser la educación formal e informal, en las
escuelas y universidades. En los medios de comunicación, en las redes
sociales. Y también, creando instituciones igualitarias, porque
estamos acostumbrándonos a instituciones asimétricas, que generan
desigualdad y asimetría. Y una de las grandes metas para el siglo
XXI, es erradicar la pobreza, porque hay medios para hacerlo, tenemos
el deber de hacerlo y hay que dar a todos los seres humanos la posibilidad
de llevar adelante los planes de vida que tienen razones para
valorar. Todo esto son razones de justicia, y hacia ahí hay que
caminar. Pero las razones de justicia, me parece que todavía no son
suficientes sino que nos queda algo más en lo que hay que
educar, creo que hay que educar en la compasión. La compasión es la
capacidad de sentir con otros su tristeza, su alegría. Compadecer, es
darse cuenta de la tristeza del otro y entonces intentar ayudarle para
superarla y salir de ella, y compadecer en la alegría es alegrarse
con que al otro las cosas le salgan bien. Pero además la compasión tiene
que tener un elemento fundamental y es, la mirada lúcida. Porque no
hay ningún ser humano que no tenga nada valioso que ofrecer. Cuando
creemos que hay quienes no tienen nada que ofrecer a cambio, cuando parece
que no tienen nada que ofrecer, es ceguera nuestra que no nos damos
cuenta de que todos tienen algo valioso que ofrecer. Pero para
eso hay que agudizar mucho la vista y la sensibilidad, para percatarse de
eso valioso que hay en cada ser humano, para apreciarlo, para degustarlo,
aunque no sea a cambio. Creo que ya tenemos una palabra, que es
"aporofobia", creo que estamos indagando las causas, y creo
que el siglo XXI, es aquel siglo en que tenemos que acabar con
ella, porque hay que erradicarla. Y esa es la propuesta que quería
hacerles esta tarde. Muchas gracias. (Aplausos)
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