Ultras, reptilianos y niños bien: cómo las
conspiraciones sólo favorecen al poder económico
Publicado:20 nov 2020
Situemos las piezas en el tablero del absurdo cotidiano. España, finales de
noviembre de 2020. Taburete, un grupo de pop blandito, conocido por sus
canciones despreocupadas para jóvenes de clase media-alta, lanza un nuevo tema,
"Brindo", acompañado de un clip de animación inspirado en las teorías
de la conspiración en torno a ese constructo conocido como "Nuevo Orden
Mundial". El líder ultraderechista Santiago Abascal escribe en sus redes
sociales: "Yo también brindo por todos los artistas libres, los que se
atreven a disentir, los que no escriben ni cantan al dictado de nadie". La
única equivalencia que se me ocurre es que el dueño de un aserradero califique
de música a favor de los bosques al sonido del hacha del leñador contra un
tronco. Bienvenidos al siglo XXI, una época de debilidad ideológica, anemia
emocional y significados con máscaras.
Detalle importante:
uno de los componentes de la banda es el hijo de Luis Bárcenas, el contable del
Partido Popular, principal organización de la derecha, actualmente en la cárcel
por llevar las cuentas de dinero negro procedente de uno de los mayores casos
de corrupción y financiación ilegal de la reciente historia democrática
española. Obviamente nadie es responsable de las acciones de sus padres, pero
al menos resulta llamativo que el hijo de este señor se dedique a buscar
extraños poderes en la sombra cuando su padre participó de una probada trama
donde se expoliaba dinero público, mediante contratos amañados, que servían
para enriquecer a empresarios, financiar ilegalmente las campañas del PP y
derivar dinero negro para los dirigentes de este partido. Algo así como quien
se dedica a especular sobre la moralidad dudosa del vecino siendo propietario
de un lupanar en el mismo bloque.
Lo primero que debería
sentir cualquier adulto de inteligencia media ante la canción es estupor, una
cierta vergüenza ajena de ver a unos niños-bien jugando a la rebeldía cuando
probablemente es ese tipo de gente que sólo ha visto una oficina de desempleo
en la tele.
El fenómeno no es
nuevo, una parte del punk de finales de los setenta estaba compuesto por
jóvenes sin demasiadas preocupaciones materiales que podían jugar al caos
porque sabían que siempre tendrían el colchón familiar cuando decidieran volver
al redil. "Part time punks" (punkis a tiempo parcial), canción que
les dedicó Television Personalities riéndose de su impostura. Lo cierto es que,
al margen del origen e intenciones de los impostores, al menos jugaban en unas
categorías consensuadas de rebeldía, es decir, aquellas que se oponían a los
valores dominantes de la sociedad de la época. Las fronteras estaban claras y
cada uno elegía dónde situarse.
Vox ha jugado muy mal el papel de representante del descontento con
determinados resultados de la globalización que han empobrecido a las clases
medias. Un descontento que necesita maquillarse como popular y rebelde para
embaucar a incautos de clase trabajadora que, impulsados por problemas sociales
que nadie resuelve, se echan en brazos de sus verdugos.
Lo interesante de la
maniobra de Taburete, desde luego no inédita, ya con al menos una década larga
de desviaciones culturales de la rebeldía en Estados Unidos, es que enlaza
perfectamente con la estrategia ultraderechista de situarse como una opción
política alternativa e insurrecta. Lo que deberíamos preguntarnos es respecto a
qué. Para que se hagan una idea, en el inicio de la legislatura, la foto del
grupo parlamentario de Vox, el partido ultra comandado por Abascal, parecía la
foto de una boda de la alta sociedad publicada en el ¡Hola!: la estética a
veces sigue siendo un termómetro preciso. De hecho, el origen social de los
parlamentarios ultraderechistas es claro: empresarios, militares, altos
funcionarios, políticos veteranos rebotados del PP e incluso hasta algún noble.
Sólo faltaba en la foto un cura, un torero y un patrón de navieras.
Vox es un partido que,
a diferencia de otras organizaciones ultras europeas, ha jugado muy mal el
papel de representante del descontento con determinados resultados de la
globalización que han empobrecido a las clases medias. Un descontento que
necesita maquillarse como popular y rebelde para embaucar a incautos de clase
trabajadora que, impulsados por problemas sociales que nadie resuelve, se echan
en brazos de sus verdugos. La realidad es que Vox ha jugado mal ese papel
porque la ultraderecha en España ha tenido siempre un componente mucho
más patricio que plebeyo, destilando un histórico odio hacia el obrero, sus
sindicatos y la izquierda. Vox ha sido hasta ahora una escisión ultra del
PP, con ramalazos tradicionalistas, que ha utilizado el racismo y la crisis
territorial catalana como su principal combustible. Lo cual no implica para que
tenga una conexión clara con el trumpismo, coqueteando con lo
"políticamente incorrecto", ese eufemismo para que los fachas pasen
por elementos contraculturales.
Daniel Bernabé, escritor y periodista
Vivimos una época donde es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin
del capitalismo, donde existen miríadas de imbéciles crédulos educados fuera
del criterio de autoridad intelectual que dan más legitimidad a un vídeo
conspiranoico en Youtube que a un estudio científico.
Lo cierto es que Vox,
si explicara su programa de una forma diáfana, tendría difícil obtener algo más
que un escaso apoyo popular. Su ideario económico, neoliberal, tiene como base
las privatizaciones a servicios públicos, un endurecimiento de las condiciones
laborales y una confianza ciega en el sector financiero, es decir, la misma
fórmula que han seguido todas las derechas en estas últimas cuatro décadas. Son,
como todos los ultras de nuestro momento, el producto de las gigantescas
incertidumbres que ha provocado el neoliberalismo decadente desde 2008.
Paradójicamente, al no poder explicar esta contradicción, necesitan buscar unos
enemigos más ficticios que reales, que alejen el foco de los responsables y lo
sitúen sobre unas fuerzas oscuras y malignas entre los reptilianos y George
Soros. La táctica no es nueva, las clases dirigentes ya la utilizaron en otros
momentos, eligiendo a los judíos como cabeza de turco de los problemas
nacionales. Miren si no el libro "Los protocolos de los sabios de
Sión", publicado en 1903 con intenciones antisemitas en la Rusia zarista,
extendiéndose en poco tiempo, traducido y como leyenda urbana, por toda Europa.
El vídeo de Taburete es nieto ideológico de esta basura.
Vivimos una época
donde es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, donde
existen miríadas de imbéciles crédulos educados fuera del criterio de autoridad
intelectual que dan más legitimidad a un vídeo conspiranoico en Youtube que a
un estudio científico. También unas inercias donde el progresismo de la
diferencia se ha convertido en una especie de tedioso cura moralista más
preocupado por recordar a la mayoría sus pecados culturales que por buscar la
redistribución de la riqueza. En estos últimos cuarenta años, además, se ha
fulminado a esa otra izquierda que buscaba modos alternativos de producción y
reparto de los beneficios. A su vez una deficiente educación social, donde
podemos encontrar a ciudadanos excelentemente formados en lo técnico de sus
profesiones, pero absolutamente incapaces de entender cómo funciona la bolsa,
el sistema político o los equilibrios de poder global. Es decir, el sustrato
perfecto para que crezcan todo tipo de predicadores del apocalipsis que
empezaron negando la llegada a la luna, continuaron negando la efectividad de
las vacunas y han acabado siendo los batallones de choque cultural de la
ultraderecha. Siempre es mejor, para quien tiene como objetivo
prioritario mantener el orden de clase, enfocar el descontento hacia una
malvada élite dominante estilo película de James Bond que mostrar la realidad
tal y como es.
Daniel Bernabé, escritor y periodista
Lo peor de todo es que en 2010, mientras que Santiago Abascal era un
mantenido de la derecha en cargos inútiles, mientras que el padre del cantante
de Taburete se dedicaba a administrar dinero negro, España, como otros Estados
del sur de Europa, fue víctima de una maniobra de expolio financiero.
George Soros es un
multimillonario, con múltiples fundaciones a su servicio, que ha participado en
la desestabilización de diferentes países de la Europa oriental como Ucrania,
en una lucha geoestratégica entre bloques desde que Rusia y China volvieron a
ser actores relevantes en la escena mundial. Tiene sus intereses pero,
sencillamente, es ridículo pensar que un individuo, por mucho dinero que posea,
sea capaz de mover los hilos desde la trastienda. Tampoco el Club Bilderberg,
ni ninguna otra organización informal de ricos que, en esencia, para lo único
que valen es para ser portada de best sellers con los que algunos escritores
con olfato, y escasa moralidad, se hacen de oro. Lo que le sucede a nuestro
mundo no tiene que ver con manos negras, Spectra ni Hydra, lo que le sucede a
nuestra sociedad se llama capitalismo, uno con unas características especiales
que le hacen muy diferente del modelo fordista del pasado siglo.
Lo peor de todo es que
en 2010, mientras que Santiago Abascal era un mantenido de la derecha en cargos
inútiles, mientras que el padre del cantante de Taburete se dedicaba a
administrar dinero negro, España, como otros Estados del sur de Europa, fue
víctima de una maniobra de expolio financiero. Una donde los grandes
bancos de inversión estadounidenses, con la connivencia de las agencias de
calificación del mismo país, apostaron en los mercados contra nuestra deuda
para embolsarse beneficios millonarios. La razón era que de alguna manera
tenían que recuperar las pérdidas de los activos inmobiliarios del crack de
2008. La UE no hizo nada porque, para los intereses alemanes, era óptimo que
estos países tuvieran que recortar sus servicios públicos, quedando así
relegados a ser economías subsidiarias en la Europa bajo la batuta germana.
Esto no fue una
conspiración, no es secreto, no es un guión de Hollywood, es tan sólo la forma
en que funciona el capitalismo globalizado. Se publicó, sucedió a la vista de
todos y, sin embargo, tan sólo unos pocos se enteraron del fondo de la
cuestión. Hoy Alemania enfrenta un fuerte movimiento negacionista de la covid y
una creciente ultraderecha, como en toda Europa, como en España. Una producto
de esta década de convulsiones, resultado de un capitalismo de casino al que sólo
le importa el beneficio de las finanzas, uno que está devorando a su expresión
política: la democracia liberal. Pues no, son los reptilianos, no sea que
enfrentar nuestra realidad nos devuelva una imagen que no deseamos: la de una
sociedad que vendió su derecho a la ciudadanía por cuatro brillantes baratijas.
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