Vox y la extrema derecha de Bolsonaro
El partido de la derecha radical
española es más próximo al neoliberalismo de los ultraderechistas
latinoamericanos que al discurso obrerista de Salvini o Le Pen.
A
estas alturas mucha gente sabe ya identificar los atributos esenciales de las
extremas derechas en todo el mundo. Repliegue nacional, orden y seguridad,
reacción punitiva, militarismo, xenofobia, aporofobia, homofobia y misoginia.
Se trata, sin dudas, de una restauración reaccionaria que se adapta, sin
embargo, a la idiosincrasia de cada nación resurrecta.
En España, Vox
representa una propuesta de corte abiertamente neoliberal y desregulatorio, y
ha renunciado tanto a las dosis de aparente proteccionismo económico como a la
retórica de las clases trabajadoras que exhiben una buena parte de las derechas
en Europa. Vox ha querido acercarse más a los ultras latinoamericanos como
Bolsonaro, que a Salvini o a Le Pen.
Vox se alimenta de
un círculo de «ricos» en el que se dan encuentro los de rancio abolengo, los
grandes herederos de toda la vida, los nuevos ricos surgidos de la cultura del
«pelotazo» y el extractivismo, y los ricos aspiracionales de fines de la década
de 1980 que han hecho del «nuevorriquismo» una auténtica profesión de fe. Todos
ellos reclaman menos impuestos y más recortes sociales, quieren expulsar del
mercado laboral a migrantes y mujeres, y se niegan a aceptar cualquier cautela
ambiental que ponga límite a su incontenible voracidad. O sea, los ricos de
Vox, como los de Bolsonaro, no son solo los grandes propietarios que se benefician
de la bonificación del Impuesto de Sucesiones y Donaciones o de la bajada del
tramo autonómico del impuesto sobre el patrimonio, los terratenientes que se
dedican al cultivo del toro bravo o a la organización de monterías carísimas en
sus enormes fincas, sino también los ricos recién llegados que en Almería han
hecho dinero rápido con la producción intensiva bajo plástico y las canteras de
mármol, y los que, contra todo pronóstico, creen estar en disposición de formar
parte de este club tan distinguido. A estos últimos es a los que les debe traer
muy buenos recuerdos la liberalización total del suelo, la actividad
especulativa y la burbuja inmobiliaria. A diferencia de esa extrema derecha
europea de retórica izquierdista que, como en Finlandia, se considera
«socialista», Vox ha pergeñado un programa económico que está más en sintonía
con las derechas latinoamericanas, subalternas de la política depredadora de
Estados Unidos y del Fondo Monetario Internacional.
Estas derechas
constituyen hoy un grave peligro para la supervivencia de los pobres, los
migrantes y las mujeres en cualquier lugar del planeta. En América Latina han
expulsado a la mitad de la población del acceso a la salud, la educación, la
vivienda, el agua o la luz, y han articulado sofisticadas técnicas de seguridad
para controlar a esa población a la intemperie. Como dice Raúl Zibechi, el tipo
de Estado que se corresponde con este sistema de acumulación por despojo es el
Estado policial, con sus correspondientes «campos de concentración» para los de
abajo. Solo hay que ver los entornos de la gran minería, de las megaobras de
infraestructura y de los monocultivos. En América Latina, donde este sistema ya
funciona, todo convive con barriadas periféricas enteras
sin agua potable ni electricidad, pero abarrotadas de hombres armados.
Vox se apunta
también a la política disuasoria que incluye la expulsión masiva de inmigrantes
y la ilegalización a las ONGs que les presten ayuda. Su objetivo es fortalecer
a las fuerzas policiales para que garanticen una inmigración «ordenada»,
«compatible con nuestra cultura occidental» y vinculada al mercado laboral; un
contingente de pobres que sea útil a un crecimiento económico ilimitado y al servicio
de las grandes fortunas. La xenofobia es una de las versiones de la aporofobia
y se canaliza también a través de herramientas represivas.
Esta reacción
militarista y punitivista en favor de los ricos, la hemos visto también en
Bolsonaro apoyada, además, por el pentecostalismo y el mismísimo poder
judicial. BBB: Bala, Buey y Biblia. Una combinación exitosa de
militarización, agronegocio e Iglesia. En Brasil, la Iglesia Universal
del Reino de Dios controla 70 emisoras de televisión, más de 50 radios, un
banco, varios diarios y tiene 3.500 templos, y su poder mediático ha
sido de enorme relevancia en la subpolítica de los memes con la que la extrema
derecha ha vehiculado el odio y el resentimiento.
En España, también
Vox se ha convertido en el brazo armado de la Iglesia católica. Su política
educativa, que vuelve al modelo único (con devastadores efectos
discriminatorios), se apoya en los colegios concertados (en su mayoría
religiosos) y tiene como fin evitar las injerencias «ideológicas» del poder
público. Es decir, la educación en la diversidad sexual y la «ideología de
género». Y se entiende, por supuesto, que, entre tales injerencias, se cuenta
también el intento de acabar con la educación segregada en manos del Opus Dei.
Estas derechas coinciden también con sus respectivos líderes religiosos en la
lucha contra las mujeres. Abascal y Bolsonaro canalizan la catarsis del hooliganismo machirulo;
alimentan el imaginario de un macho alfa proveedor-cazador que preside con mano
dura tanto la vida familiar como las instituciones estatales, y quieren aislar
a las mujeres en el exclusivo rol de madre y esposa.
Finalmente, en
España como en Brasil, la extrema derecha es claramente antimemorialista y negacionista.
Vox quiere convencernos de que Franco no existió, de que no hubo golpe de
Estado ni dictadura militar, de que no hay víctimas del franquismo, ni fosas,
ni nada que recordar que no hayamos recordado ya. Bolsonaro reivindicó también
la dictadura en el impeachment contra Dilma
Rousseff y celebró la tortura a sus víctimas. La dictadura brasileña, de hecho,
cumple todavía, para muchos, un evidente papel positivo como referente
económico y fuente de autoestima nacional. Porque en Brasil, como en España, no
ha habido purgas administrativas, sino que se ha dado una descarada continuidad
institucional entre la dictadura y la democracia. Por eso, no es extraño que en
ambos países se haya arbitrado una persecución ideológica desde las
instituciones ligada a la defensa de la unidad nacional y protagonizada, muy
especialmente, por esa parte del poder judicial que nunca llegó a trabajar en
una lógica democrática.
El uso que Bolsonaro
ha hecho de los jueces en Brasil y el que también las derechas han empezado a
hacer en España, se ha traducido en continuos montajes judiciales y guerras
jurídicas contra cualquier adversario. Las acusaciones falsas o manipuladas,
persecución policial, servilismo de la fiscalía, abuso de la prisión preventiva
(que ya no es una medida cautelar sino un cumplimiento extralegal de la pena),
supresión de los derechos de las personas presas según los delitos, incremento
desmesurado de las sanciones, son una marca de la época. Todo ello unido a un
espectáculo mediático que busca destruir la imagen pública y debilitar el apoyo
popular de políticos, periodistas, profesores universitarios o raperos.
En fin, no cabe duda
de que la cercanía de Vox a la extrema derecha latinoamericana augura para
nosotros un panorama mucho más desolador del que puede predecirse para los
países que en Europa ya conocen formaciones parecidas.
FUENTE:
PROGRAMA ELECTORAL DE VOX PARA LA COMUNIDAD DE MADRID
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